✨️ Viajes imaginarios y hechizos cotidianos
Sobre el poder de viajar sin moverse, habitar otras pieles, y encontrar magia en las palabras.
Los que leemos compartimos un secreto: no hace falta moverse del sitio para irse lejos. Y no todos los viajes aparecen en los mapas. Algunos se hacen en silencio, al pasar página. Basta con cerrar los ojos o prestar atención al rumor de la lluvia en la ventana. O abrir un libro.
La literatura —como la imaginación, como ciertos sueños— es un arte de la fuga. Nos sacan de la rutina y nos llevan a otros mundos.
De niña, me escapaba constantemente a esos otros mundos. A veces era a mansiones azotadas por el viento o a casas llenas de espíritus. Otras veces, bastaba con imaginar que la lámpara del pasillo escondía una historia. Ahora que soy adulta, sigo viajando. En coche, en avión, en tren. Pero sobre todo a través de las páginas de los libros y de sus paisajes interiores.
La vida cotidiana, con sus rutinas y repeticiones, se llena de grietas cuando leemos: se abre, se expande, se transforma.
Este es un homenaje a ese poder. A la posibilidad de caminar por otras ciudades, sentir otros climas, habitar otras pieles, sin mover los pies. De abrir una novela y despertar en otro idioma, en otra época, bajo otra luz. De leer y, al hacerlo, volver a mirar el mundo con ojos renovados. La imaginación es una forma de libertad —y también de resistencia.
Virginia Woolf, que convirtió los paseos mentales de sus personajes en verdaderas odiseas del alma, decía que “no hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente”.
Esa es la esencia de estos viajes: la posibilidad de salir de uno mismo y, al mismo tiempo, llegar más hondo a lo que somos.
He viajado, por ejemplo, con Anna Karenina, a la Rusia Imperial, con una nitidez casi física: el crujido de la nieve bajo las botas, la opulencia de los salones, la tensión entre lo íntimo y lo social. Pero lo más poderoso es que, más allá de la distancia cultural o histórica, seguimos sintiendo lo mismo. Amor, celos, deseo de libertad.
En las largas tardes de verano de mi juventud, cuando el resto de la familia dormía la siesta en el apartamento de la playa, yo viajaba a hurtadillas a la Inglaterra victoriana de las hermanas Brontë, que convirtieron la imaginación en refugio, en salvación, en mundo paralelo. Desde su rincón en Yorkshire, transmutaron los páramos ingleses en escenarios de novelas inolvidables. Hay una atmósfera en sus libros que se queda dentro, como niebla en el pecho, y siempre acabo volviendo a ellos.
Isabel Allende, por poner un último ejemplo, nos abre la puerta a un tipo de realismo que sabe que la vida es siempre más que lo visible. En La casa de los espíritus, historia, memoria y magia se entrelazan para contar un país y una familia. Leerla es recorrer la historia reciente de América Latina de la mano de mujeres que recuerdan, aman, sobreviven. Y lo hacen desde los pequeños rituales. Allí también hay viajes. Y hechizos.
Por supuesto, a través de la literatura podemos viajar a mundos maravillosos llenos de fantasía que no existen más que en la imaginación compartida entre autor y lectores ¡qué privilegio es ese!
Pero no hace falta salir de la realidad para viajar leyendo. Las biografías también nos permiten habitar otras vidas. Al leer la historia de alguien —con sus decisiones, sus vivencias, sus pasiones—, algo en nosotras se transforma. Leemos para comprender mejor al otro, pero también para ampliar los límites de nuestra propia experiencia. A través de esas vidas reales, podemos vivir muchas. Ser muchas.
Vivimos tiempos ruidosos, llenos de estímulos, algoritmos, hiperconexión. En ese contexto, leer —y también escribir, imaginar, recordar— es detenerse. Escuchar. Respirar. Invocar otra realidad.
La imaginación es un músculo del alma, y leer lo ejercita. Cuando una frase nos detiene por su belleza o una escena se nos queda vibrando en el cuerpo. Cada historia bien contada nos mueve. A veces es solo un poquito. A veces es muy potente y nos lleva muy lejos. Siempre es un regalo.
Los viajes imaginarios son tan necesarios como el sol o el pan. En un mundo cada vez más literal, más acelerado, más plano, la imaginación y la creatividad son brújulas. Leer no es distraerse de la vida, sino entrar más hondo en ella. Y quizás, si aprendemos a mirar así, descubramos que la magia no está tan lejos como pensábamos. Está en las palabras con significado, en los libros que nos esperan en la estantería.